4 de abril de 2016

esa cama queda mal en todas partes, hija

Cada acontecimiento de la vida es una palabra de ese lenguaje. Todas esas palabras son sinónimas, pero, como sucede en las lenguas dotadas de belleza, cada una con su matiz completamente específico, cada una intraducible. El significado común a todas esas palabras es: «te amo».
Él bebe un vaso de agua. El agua es el «te amo» de Dios. Permanece dos días en el desierto sin encontrar nada para beber. La sequedad de la garganta es el «te amo» de Dios. Dios es como una mujer inoportuna pegada a su amante y diciéndole en voz baja al oído, durante horas, sin parar: «te amo — te amo — te amo — te amo...».
Los que son principiantes en el aprendizaje de este lenguaje creen que sólo algunas de esas palabras quieren decir «te amo».
Los que conocen el lenguaje saben que no se encuentra en él más que un único significado.
Dios no tiene palabras para decir a su criatura «te odio».
Pero la criatura tiene palabras para decirle a Dios «te odio».
En cierto sentido, la criatura es más poderosa que Dios. Puede odiar a Dios y Dios, por su parte, no puede odiarla a ella.
Esta impotencia hace de él una Persona impersonal. Ama, no como yo amo, sino como la esmeralda es verde. Él es «Yo amo».

Simone Weil. Cuadernos de América (mayo-noviembre 1942)

3 de abril de 2016

el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los que dan testimonio que a los que enseñan, o si escuchan a los que enseñan, es porque dan testimonio

#  a los cuarenta y tres años de mi vida en esta tierra, mientras contemplaba, el alma trémula y de temor embargada, una visión celestial, vi un gran esplendor del que surgió una voz venida del cielo diciéndome:


frágil ser humano, ceniza de cenizas y podredumbre de podredumbre: habla y escribe lo que ves y escuchas. Pero al ser tímida para hablar, ingenua para exponer e ignorante para escribir, anuncia y escribe estas visiones, no según las palabras de los hombres, ni según el entendimiento de su fantasía, ni según sus formas de composición, sino tal como las ves y oyes en las alturas celestiales y en las maravillas del Señor; proclámalas como el discípulo que, habiendo escuchado las palabras del maestro, las comunica con expresión fiel, acorde a lo que este quiso, enseñó y prescribió. Así dirás también tú, hombre, lo que ves y escuchas; y escríbelo, no a tu gusto o al de algún otro ser humano, sino según la voluntad de Aquel que todo lo sabe, todo lo ve y todo lo dispone en los secretos de Sus misterios.

Y de nuevo oí una voz que me decía desde el cielo:


Anuncia entonces estas maravillas, tal como has aprendido ahora: escribe y di.

Hildegard von Bingen. Scivias: Conoce los caminos